EL DUENDE DE LA PIPA

Don Ramiro, señor de largos bigotes y gafas redondas caídas a la nariz, sentado en una mecedora de mimbre desgastado, leía el periódico amarillento de fechas ya cumplidas mientras sostenía con sus labios colgados y dientes ennegrecidos por la nicotina, una hermosa y torneada pipa, rebozada de tabaco picado que él preparaba con aroma a su gusto, prendiéndola y dejando escapar sus pensamientos. La acariciaba como si fuera su alma, fumando con elegancia y esparciendo su agradable olor por todas las piezas de la casa.

Y cada que fumaba la pipa, se elevaban al espacio, figuras caprichosas formadas por el aromado humo; bolitas, círculos, siluetas, cascadas y cabellos abundantes que se agitaban con el viento.

Don Ramiro seguía leyendo una y otra amarillenta página mientras mecánicamente fumaba la torneada pipa.

No se daba por enterado que el humo que caprichosamente salía de la pipa en lo alto se juntaba, para formar una figura picaresca con características humanas… ¡Un duende diminuto, de blanco y enmarañado cabello, larga barba y piernas que se desvanecían como dejando tras de si una estela de niebla con olor a una indescriptible esencia de tabaco! Parecía uno de esos genios salidos de las viejas botellas abandonadas o de las lámparas maravillosas que los cuentos de hadas nos dijeron.

Cuando apenas si pasaba una página tras de otras que había leído, de la pipa, envuelto en la humareda, ¡salió el duendecillo como perseguido por un espanto que nunca apareció!

Don Ramiro no se dio por entendido. ¿Realmente estaría leyendo o estaría dormitando?.

El duendecillo con la magia de sus manos, hizo parar el cabello de Don Ramiro y los pelos de su bigote, pero Don Ramiro no reaccionó. Luego se paseó por toda la casa. Se reía tan fuerte, que los ratones huyeron despavoridos y las cucarachas se escondían para jamás volver a salir.

En su ágil recorrido sucedieron muchas cosas… quebró los cristales, vasos, platos y pocillos; rasgó papeles, el directorio telefónico y los libros; destendió las camas, manteles de las mesas y repisas. Y como si fuera poco, tumbó las ollas que habían en la estufa, regando fríjoles, arroz y las arvejas.

Ese duende de olor a esencia de tabaco que cada vez se hacía más hostigante, se metía por los rincones ocultos, se movía como las huracanadas nubes de verano, sin llegar a quedarse quieto un solo instante.

¡En pocos segundos aquellas habitaciones quedaron absurdamente desorganizadas con la mayoría de sus objetos totalmente destruidos!

Cuando el duendecillo de la pipa se detuvo a observar el péndulo del viejo reloj, tan viejo como la historia de duendes, brujas y fantasmas, se abrió la ventana de la alcoba, entrando una fuerte ráfaga de viento que sacudió los bigotes de Don Ramiro y peinó su enmarañada cabellera. Fue tan fuerte el viento, que desintegró la figura maliciosa del duendecillo de la pipa y don Ramiro ni cuenta se dio.

Todo volvió a la quietud. Solo quedaba el reloj con su péndulo de monótono movimiento, el aroma de la picadura del tabaco y un notable desastre en toda la casa.

Reinó el silencio y el humo de la pipa nuevamente se expandió. Don Ramiro, talvez dormido, tal vez despierto, pero conocido en la vecindad como el sordo del pueblo, continuaba haciendo el mismo ejercicio, pasar las amarillentas páginas, mirarlas y fumar la pipa, lanzando al espacio humo, aroma y haciendo coro su fuerte y carrasposo toser.

AUTOR: Helmer Momphotes VII-26-1990